Final precipitado

El suicida se arrojó a la Calle Mayor desde el ático del edificio de siete plantas del Banco Rosales. Plaf!... Muerte instantánea.
El juez que levantó el cadáver se mostró horriblemente sorprendido por la deformidad de aquel cuerpo, una criatura a todas luces negada por la Naturaleza: apenas tendría 16 o 17 años, menos de 1'50 de estatura, piernas arqueadas, enorme culo, orejas de elefante, bizco, jorobado, nariz ganchuda y con dos berrugas muy gordas en la punta, patizambo...
La idea más macabra de su vida cruzó por la mente del juez Barránquez: "Con este "palmito" yo también habría terminado suicidándome"
Otro suceso acaparaba la atención pública en esos días: continuaba desaparecido el multimillonario Efigenio Rosales Gamboa, dueño del Banco Rosales. Era todo un enigma que el viejo banquero, de 75 años, llevase ya cinco días ilocalizable. La policía de todo el mundo se estaba moviendo en pos de la solución del caso, y la prensa sensacionalista hacía las conjeturas más descabelladas para deleite de sus lectores ávidos de morbo.

Cinco días antes:

El viejo Rosales, un hombre hermoso y atlético en su lejana mocedad, ya no soportaba la decrepitud de su cuerpo y se sentía aterrado ante la idea de una muerte próxima. "Oh, yo que tengo tanto dinero, no debería morir nunca!..." Invocó al Diablo y sorpresivamente este apareció. "Te daré una nueva juventud a cambio de tu alma, Efigenio", le tentó el Angel Caído. Poco se lo pensó el avaricioso capitalista, eufórico ante la perspectiva de volver a ser joven y emprendedor, y al instante se cerró el trato. Pero el diablo sabe hacer sus diabluras, que por eso es el Diablo, y el banquero se vio convertido en una nueva versión de Quasimodo. El final ya lo saben. Moraleja: Muérete cuando te toque.