Un poco de historia familiar... con moraleja.

Mi difunto abuelo materno, en su juventud, intentó llevar el evangelio cristiano a los más desfavorecidos. Con varios colegas recorría la costa en un barquito. Y he aquí que en algunos pueblos le recibieron a pedradas. Mi abuelo se hizo una reflexión: "Si sólo venimos a hacer el bien, porqué nos tratan así?... Sin duda, algo falla"

Le faltó tiempo para cambiar el chip (aunque a principios del siglo XX no se dijese "cambiar el chip", je!) y continuó su labor desde otro frente: el laicismo y la cobertura de un sindicato obrero. Y tanto él como su esposa, mi difunta abuela, fueron dos personas muy queridas por la gente, pues siempre de desvivieron por ayudar a los demás. Durante la guerra civil sus hijos, mis tíos, lucharon a favor de la legalidad constitucional, y eso les costó muy duras represalias en la posguerra.



Ya quisiera yo que - aunque fuese una mínima parte, un ridículo porcentaje de los que asisten a los fastos del Papa y su sequito de clérigos arrogantes (Martínez Camino: "Los que se oponen a la visita del Papa son unos parásitos") - entrasen en razón y cambiasen el chip, que se diesen cuenta de que el cristianismo, ampliamente entendido como servicio a los demás y defensa de las libertades - ya no está en esa Iglesia pomposa y anquilosada ni en ese Papa integrista que sólo ve el demonio en una polla con preservativo e ignora la cruda realidad del mundo. Eso sí, él está muy bien protegido de pedradas en su papamóvil blindado.



(El post de abajo es para el "Concurso de relatos veraniegos" de El Periódico del Prat)